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Los encuestadores, los barones de los estudios demoscópicos y de opinión pública aseguran que la mayor preocupación de los mexicanos es la corrupción. Eso es inexacto e impreciso. La verdadera herida en la moral nacional es la violencia disparada, sin razón y sin sentido que ha bañado de sangre a casi todo el país.

La violencia va desde Tijuana hasta Playa del Carmen con historias que parecen una calca, una copia fotostática. Esto puede pasar en cualquier ciudad con una similitud pasmosa.

Un grupo de hombres ‘desconocidos’ llega a un restaurante, un bar, una cafetería y comienzan a disparar en contra de un claro objetivo; pero las balas no distinguen y lo mismo arremeten contra meseros o comensales ajenos al conflicto. El grupo de hombres armados sale del lugar, suben a sus vehículos para huir del lugar. Media hora después llega un operativo monstruo que integran militares, policías federales, estatales y municipales. Pese a las ‘profundas investigaciones’ a cargo de las fiscalías, se desconoce quienes pudieron ser los responsables.

La siguiente historia calcada puede ocurrir en Monclova, Coahuila; Córdoba, Veracruz o una veintena de ciudades más.

Un grupo de jóvenes sube a su vehículo y planea hacer un viaje de fin de semana; una paseo recreativo. Pero no llegan a su destino. Los familiares preguntan a las corporaciones policiacas y de emergencia si acaso hay algún reporte de accidente. Pero nada. Proceden a denunciar la desaparición. Jamás reciben llamada de algún secuestrador o plagiario. Nadie se explica qué pudo sucederles. Las familias imprimen volantes con las fotografías de los desaparecidos, hacen marchas en sus ciudades exigiendo justicia. Las fiscalías les responden que ‘están investigando’. Dos o tres años después las madres de esos jóvenes siguen buscando a sus hijos, en fosas
clandestinas.

Este es el México que dejaron las gestiones de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Es lo que Edgardo Buscaglia ha señalado como un ‘Estado Fallido’ y que en esta Cúpula hemos denominado el Holocausto Mexicano; una catástrofe humanitaria sin antecedente, ni parangón.

En este contexto aparece un líder social y político que habla de la ‘amnistía’.

Pero no explica a quienes les será otorgada dicha gracia; ni en qué casos o circunstancias; o en qué regiones o lugares. Simplemente avienta una abstracción y luego que cada quien haga sus interpretaciones.

Meses más adelante el mismo líder habla del ‘perdón’.

Y las preguntas se multiplican por miles. ¿Perdón a quienes? ¿A los sicarios que desaparecen a jóvenes para disolverlos en ácido, solo porque los confundieron? ¿Perdón a quienes masacran a decenas de connacionales o migrantes? ¿Perdón a los narcomenudistas que se instalan a las afueras de secundarias y preparatorias envenenando a una generación de mexicanos?

El discurso de Andrés Manuel López Obrador frente a la guerra es una verdadera crisis en medio de la llamada ‘luna de miel’; es un enorme socavón frente al furor que aún causa su triunfo electoral.

Quienes votamos por AMLO aún estamos esperando que en términos realistas exponga una estrategia para pacificar al país. Pero las señales que está enviando son terriblemente erráticas, ambiguas, incomprensibles e inaceptables para las verdaderas víctimas de la violencia.

Hace unas horas dos luchadores en contra de la guerra: José Manuel Mireles Valverde e Hipólito  Mora Chávez acusaron que los foros del presidente electo son ‘una farsa’ y que de ninguna manera están dispuestos a otorgar el referido ‘perdón’ lopezobradorista.

La falta de una verdadera política de seguridad; la ambigüedad y la abstracción de las declaraciones del tabasqueño ya están causando estragos.

La estrategia de seguridad del próximo mandatario está iniciando con el pie izquierdo. Y lo más grave es que no se ven señales de que pueda corregir el rumbo.

El fuerte de Andrés Manuel es su capacidad para crear, redireccionar y manejar políticas de corte social. Pero si desde este momento no implementa una verdadera estrategia de seguridad, todo el resto de su administración puede convertirse en un gigantesco maquillaje que tratará de tapar el baño de sangre por el que atraviesa el país.

La realidad es que la respetabilidad de la jurista Olga Sánchez Cordero no es garantía de gobernabilidad y la lealtad que le profesa Alfonso Durazo tampoco lo es de eficiencia.

López Obrador está a tiempo de rodearse de un cuerpo de asesores del más alto nivel que estén dispuestos a llevar las investigaciones hasta los niveles que sean necesarios. Hasta llegar a gobernadores o generales coludidos con el crimen organizado.

Pero mientras continúe con el discurso abstracto de la ‘amnistía’ o el ‘perdón’, este país se aleja un poco más de la ansiada pacificación.

cupula99@yahoo.com