Las grandes crisis requieren de estadistas a la altura de las circunstancias; líderes que tengan la visión para prever escenarios complicados.
Lo lamentable es cuando en lugar de paliar los conflictos de una nación se actúa a la inversa y se agitan más las aguas.
En México se están sembrando las semillas de una polarización nunca antes vista; se gestan fracturas sociales que tardarán años o lustros en resarcirse.
En otras épocas el país se dividía entre liberales y conservadores. Pero en ese momento había una guerra ideológica y política, misma que hoy no existe. Empero cada mañana el discurso, la narrativa oficial se empecina obsesivamente en separar a los mexicanos en dos bloques: el de los liberales honestos versus los corruptos conservadores.
El gran mosaico multicultural de México se reduce a una tesis maniqueísta; un país en blanco y negro.
A la división ya marcada por el discurso oficial deben sumarse las fracturas sociales surgidas en los últimos meses: feministas radicales que ven en los hombres a sus ‘enemigos naturales’; feministas radicales contra feministas moderadas; en días recientes cobró efervescencia la pugna entre feministas chocando con las llamadas ‘Adelitas’ o ‘Juanitas’ de la 4T.
Además otro desgarre se agudiza entre los grupos abortistas y la iglesia católica tradicional junto con sus organizaciones de laicos.
La ‘comentocracia’ nacional también atiza la hoguera con sus sesudos análisis y agita las aguas a niveles nunca vistos.
Pocas tribunas anticipan que esta polarización, la crispación que estamos presenciando habrá de generar una verdadera balcanización en la sociedad mexicana. Repetimos, tardará años o lustros serenar los ánimos de la confrontación.
Sobre todo porque queda claro que en el discurso oficial no existe la intención de convocar a la conciliación. En lugar de subrayar los puntos que separan a los mexicanos podrían enumerarse y enaltecer aquellos aspectos que unen a los grandes sectores sociales.
Buscar, identificar e impulsar los temas que unen, antes que sobredimensionar pugnas ideológicas que son inexistentes. Porque ni el presidente López Obrador es Benito Juárez, ni Claudio X. González es Lucas Alamán.
El encono que se está sembrando habrá de desembocar en ásperos y violentos choques sociales.
La balcanización que se está gestando desde el discurso y la narrativa oficial será motivo de enfrentamientos de todo tipo, que se expresarán en abiertas colisiones sociales.
El poeta Octavio Paz escribió que la violencia física inicia con la violencia verbal. El origen es la palabra, aquella que lleva las cargas culturales y emocionales de una sociedad.
El país requiere de un estadista que convoque a la conciliación, que elimine de su léxico las palabras de discordia y enfrentamiento.
Cada mañana bien podría hacer el intento de buscar y enaltecer los temas que unan y solidaricen a los mexicanos. Y no al contrario.
El tema de la criminalidad y la violencia está desbordado como nunca antes; ante el vacío de una verdadera estrategia de seguridad el crimen organizado se está fortaleciendo de manera exponencial.
Durante el periodo de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto el capo de capos Genaro García Luna era el vínculo, el canal de comunicación con grupos criminales. Pero hoy nada de eso existe. Estamos ante un vacío total y absoluto de autoridad.
A esa crisis de violencia desbordada ahora debemos agregar las múltiples fracturas sociales que se están gestando.
La catástrofe humanitaria desatada por la narcopolítica por si sola debería unir a la sociedad mexicana, pero no es así. En algunos casos sucede al contrario, como el caso en concreto de la familia LeBarón quienes fueron criminalizados y condenados por una corriente política.
Son muchos los problemas y la agenda de crisis esta atiborrada, pero son diminutas y raquíticas las propuestas. Cada día se complican los focos rojos, pero poco se hace por apagarlos.
México se aproxima a una catástrofe aún mayor y definitivamente no vemos el ánimo oficial para sacar al barco de este maremoto.
Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com