El presidente López Obrador celebra su primer año de gobierno. La realidad es que su gestión está fuertemente apuntalada por el recurso propagandístico de ‘las mañaneras’. Sin embargo los problemas son inocultables.
El país enfrenta los efectos de la ausencia de operadores políticos. Lo que sucede en México es lo que hemos llamado ‘la muerte de la política’.
Uno de los grandes oficios en la historia de la humanidad es la política; gracias a ella se han construido o destruido naciones; se han creado las generaciones más brillantes y también las más infames; nada escapa al ejercicio de la política. Y el periodista es el cronista, el gran narrador de las batallas de aquel oficio.
Desde Homero, el relator de los melenudos aqueos, hasta Diego Enrique Osorno y sus fotografías de la violencia incontenible, la crónica y el periodismo son el espejo incómodo del ejercicio del poder que constituye la política.
Hoy en México presenciamos la muerte de esa política. Se hizo a un lado el oficio, la experiencia, la trayectoria y la reflexión para dar paso al oportunismo, la improvisación, el populismo banal y ramplón.
El futbolista convertido en gobernador Cuauhtémoc Blanco es el ejemplo grotesco y ofensivo de esa muerte de la política. Otra representación es la Secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero, respetable dama y brillante jurista, pero completamente desconocedora de la conducción de la gobernanza nacional.
El colapso en que se encuentra el país es inocultable. Nada podrá cubrir el desastre en que se encuentran regiones enteras.
Y es precisamente la ausencia de gobernanza lo que generó la guerra, esta crisis de violencia que padece México.
La política comenzó a morir en el sexenio de Fox, pero cayó en un fango con Felipe Calderón y Peña Nieto. Ahí esta el origen de la catástrofe humanitaria que flagela al país. Fue en esos dos sexenios en los que se presentó un gran montaje, una parodia, la falsa guerra contra el crimen organizado.
Hoy la principal tarea del presidente López Obrador es detener esta crisis. De nada servirán los programas asistenciales si en cada familia hay una víctima de la violencia.
Si el río de sangre no se detiene, el Tren Maya, Santa Lucía y Dos Bocas quedarán en calidad de monumentos a un sexenio fallido.
Los hechos en Culiacán Sinaloa y el crimen perpetrado contra la familia LeBarón mostraron que la gestión de AMLO por si sola no ha podido contener la violencia. Y en algunas regiones los crímenes se han agudizado.
Esta será la gran prueba del sexenio. Si el presidente logra mostrar resultados en materia de seguridad durante el segundo año de gobierno, podrá llegar con vitalidad a las elecciones intermedias de 2021.
De lo contrario la ola de indignación nacional terminará por avasallarlo. El efecto desbordado luego de los hechos en Culiacán será el mismo que veremos en cada episodio semejante.
Pero hay otro tema grave y espinoso.
Después del déficit de resultados en materia de seguridad, el segundo gran foso del lopezobradorismo es haber construido un muro que divide a los mexicanos entre liberales y conservadores; entre fifis y chairos.
Es una estrategia que solamente ha radicalizado posturas encontradas. Nada positivo arrojará el encono y mayúscula división que se ha sembrado entre mexicanos.
Por la salud del país el mandatario debe dejar de polarizar a la sociedad en sus discursos. Un líder debe subrayar e insistir en los puntos que unan a una nación, no los que lo fracturen.
El río ya está bastante revuelto, presidente López Obrador.
Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com