El término se entiende como: ‘Forma de gobierno en que el poder está en manos de los más ricos o muy influido por ellos’. Es decir el poder político en manos de los grandes capitales. Esta supremacía se gestó durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Las privatizaciones orquestadas por Salinas y el rescate bancario operado por Zedillo crearon una nueva generación de multimillonarios mexicanos.
La debilidad de la docena panista, los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, solo acrecentó el poder de esa élite financiera. Pero fue Enrique Peña Nieto quien utilizó el marco jurídico de las reformas constitucionales para entregar a las cúpulas empresariales todo lo que querían… y más.
En el último sexenio vimos el desmantelamiento del Estado y el sometimiento a los dictados de la plutocracia mexicana. Fue el gobierno de los más ricos, aquellos que no solo tienen el poder económico, sino también tuvieron una influencia por encima de las estructuras políticas.
Fueron ellos quienes concibieron el plan de crear un nuevo aeropuerto, que como el avión presidencial, es un exceso grotesco y burdo.
Construir un aeropuerto de primer mundo en un país que está sumergido en una pobreza atroz y una violencia generalizada solo puede verse como un capricho propio de un dictadorzuelo de república bananera.
En la pasada contienda López Obrador lo señaló desde un primer momento: ‘Si quieren el aeropuerto adelante, que lo hagan pero con su propio dinero’. Y es que los miles de millones de pesos que se volcaron en cemento y acero salieron de los recursos de las Afores para ser entregados a las empresas de los grandes barones del capital.
Lo cierto es que no hay riesgo alguno de colapso financiero. Los grandes capitalistas no se van a llevar sus fortunas; en Inglaterra o en Bélgica no van a encontrar la mano de obra que tienen en México; en Holanda o en Canadá no tendrán la estatura que tienen en su propio país.
Es incuestionable que los amos y señores de la especulación provocaron el desplazamiento en el tipo de cambio en las primeras horas del lunes 29 y seguirán haciendo todo lo posible para presionar a López Obrador con tal de que resurja el proyecto de Texcoco.
Es decir se quedaron atorados en la dinámica de la campaña electoral cuando Bailleres enviaba cartas a sus empleados para que no votaran por Morena o cuando Alejandro Ramírez, dueño de Cinépolis, lanzaba sus arengas incendiarias.
Hoy siguen en el mismo tenor, permanecen en aquel plano de querer confrontarse con el tabasqueño; lo quieren doblar como hicieron con Peña Nieto.
No entienden que AMLO tiene otra perspectiva del quehacer político; no disciernen que el presidente electo quiere un lugar en la historia y por lo mismo no está rematando al país.
No asimilan que estamos ante una verdadera revolución política. El primero de julio el país dio un viraje de 180 grados; fue un tráiler que dio un ‘volantazo’ en la carretera para girar de rumbo.
Y sí, en esa vuelta abrupta los empresarios se cayeron del asiento. Pero el conductor no se va a detener. Tendrán que levantarse y acostumbrarse al nuevo tipo de manejo.
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