En los 13 años de esta fallida guerra contra el crimen organizado pocos acontecimientos han tenido la trascendencia política y social que los ocurridos en Culiacán, Sinaloa, el jueves 17 de octubre.
Esta es la perspectiva de Cúpula frente a uno de los días aciagos de la historia contemporánea.
El debate político en realidad no merece una especial atención. Con la enorme mezquindad que les caracteriza las huestes panistas tratan de lucrar con los acontecimientos. Pero sus arengas no van más allá de la tribuna de San Lázaro.
El reparto de culpas se ha convertido en el verdadero deporte nacional, rebasando por mucho al fútbol. En los tiros y contragolpes los señalamientos llegan hasta Felipe Calderón, el padre de la guerra fallida y a Enrique Peña Nieto el gran simulador.
Pero la docena trágica, los años de Vicente Fox y Felipe Calderón cercenaron, amputaron la ‘autoridad moral’ de los panistas para hablar del tema de la lucha contra el narcotráfico.
La sociedad simplemente no les cree; saben perfectamente que cuando tuvieron la batuta nada hicieron para contener el crecimiento de los narco-imperios. Al contrario, las investigaciones más profundas y acuciosas revelan que los sexenios panistas fueron grandes aliados del Cártel de Sinaloa.
Pero hasta el momento seguimos viendo al pasado, sin explorar lo que se está generando rumbo al futuro. Y es que precisamente en este momento tenemos que hacer un ejercicio de prospectiva para dimensionar las consecuencias, las secuelas del 17-O, el jueves 17 de octubre de 2019.
La mayoría de las opiniones periodísticas conceden la razón al presidente López Obrador sobre la decisión de liberar a Ovidio Guzmán y emprender la retirada. Esas voces argumentan que fue la medida de un estadista para proteger la vida de civiles y militares.
Empero la decisión tiene otra lectura, que debe decirse, es muy dolorosa y lamentable. Los hechos en Culiacán mostraron a un mandatario que cedió ante el narcoterrorismo y con ello puede abrir la puerta a una etapa aún más cruenta y despiadada.
Hoy los grandes capos saben que únicamente tienen que crear condiciones similares o equivalentes para doblegar al Estado Mexicano.
Así para maniatar al gobierno federal un poderoso capo del Cártel Jalisco Nueva Generación solo tendrá que enviar a 30 sicarios a tomar como rehenes a todos los civiles que se encuentren dentro de la Gran Plaza Fashion Mall de Zapopan Jalisco o de la Plaza Nuevo Veracruz en el puerto jarocho.
El crimen organizado ya midió la personalidad y la reacción de un presidente pacifista y sabe que nunca llegará al nivel de un verdadero adversario.
La decisión de Culiacán puede abrir una nueva etapa en estos años de la guerra fallida. Inevitable, inexorablemente los criminales tendrán dentro de sus cartas bajo la mesa la opción del narcoterrorismo; arremeter contra civiles como una manera de arrodillar al aparato federal.
Esta no es una hipótesis fantasiosa; tampoco es algo nuevo.
La violencia narcoterrorista fue la estrategia con la que Pablo Escobar Gaviria doblegó por años al gobierno colombiano. Ejecuciones de altos funcionarios y juristas; carros bomba en concurridas avenidas y el derribo de un avión de la línea Avianca hicieron que aquella sociedad que clamaba ‘Detengan a Pablo’ después gritara ‘Dejen en paz a Pablo’.
El presidente que no entendió la guerra.
A estas alturas queda claro que el presidente López Obrador nunca entendió la dimensión de los cárteles del crimen organizado. Sus asesores tampoco le advirtieron del tamaño del monstruo.
Todas esas expresiones de ‘fuchi, guácala… piensen en sus mamacitas’ son el reflejo de un pensamiento simplista que el jueves 17 de octubre chocó de frente con la brutal y descarnada realidad.
Andrés Manuel es probablemente el más grande luchador social y político en la historia reciente. Pero su perfil pacifista y humanista es una venda que le impide ver la salvaje naturaleza, la bestial esencia de la guerra.
Y personajes como Alfonso Durazo Montaño, pequeño e incompetente burócrata, nada aportan a la visión del ejecutivo.
Aún faltan cinco años de gobierno; el camino es muy largo y puede ser la etapa más terrible de México.
El presidente López Obrador solo tiene una vía, un camino: crear un Consejo Consultivo en materia de Seguridad Nacional. Un grupo de 20 expertos, en seguridad pública; en milicia; en armamento; en guerrilla urbana; pero sobre todo en inteligencia, que tracen la ruta en el combate al crimen organizado.
En este momento el ejecutivo está forzado a crear un cuerpo de asesores a los que obligadamente deberá escuchar, si no quiere que el escenario de Culiacán se repita en otras ciudades.
El modelo mexicano de garantizar la paz y la estabilidad social funcionó durante 70 años; tuvo su cuartel general en la Dirección Federal de Seguridad y entre sus operadores emblemáticos se recuerda al capitán Fernando Gutiérrez Barrios.
Llevamos 13 años de esta guerra fallida, repleta de falsas medidas y simuladas estrategias. Pero si el presidente López Obrador no entiende que para enfrentar a un rottweiler necesita a otro rottweiler esta carnicería se prolongará durante todo su mandato.
Y los criminales ya saben cómo doblegarlo.
Quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com