De un estadista se deben recoger y escudriñar sus palabras. Y máxime de una figura como López Obrador quien imprime fuertes cargas emocionales a sus discursos e intervenciones. No es un maniquí parlante como aquellos que solo leían en peroratas monótonas las palabras que otros les escribían.
AMLO traza personalmente sus discursos, pero de manera especial los siente, se apasiona con sus propias letras. En el momento de expresarlos observa a la gente, mira sus reacciones y en ese instante improvisa, refuerza sus argumentos, les da un énfasis especial y logra sacudir aún más; tanto a sus seguidores como a sus detractores.
De las palabras del entonces aspirante debemos recordar la expresión que pronunció unas semanas antes de que iniciara el proceso electoral: ‘Quienes hoy se acercan a Morena con la intención de obtener candidaturas me ofenden’.
Y es que efectivamente mientras el priismo veía con lejanía y desdén la nominación de José Antonio Meade numerosas hordas tricolores se acercaron en carrera frenética al tabasqueño. Por eso las primeras palabras para recibirlos fueron: ‘Quienes se acercan para buscar candidaturas me ofenden’.
Pese a ello, algunos de los oportunistas obtuvieron candidaturas gracias a sus padrinos, a esos intermediarios que ya habían logrado ubicarse en círculos cercanos a López Obrador.
En ese momento la carga emocional que el ‘Peje’ imprimía a sus palabras era la de un hombre verdaderamente ofendido, agraviado por el oportunismo abusivo y la trepadora voracidad, pero sobre todo por la ausencia de valores y principios sociales de aquellos utilitaristas.
El aspirante recibió a todos; sabía que era el momento de la inclusión y la apertura mayúsculas. Pero a cada quien lo clasificó y colocó en cajones diferentes.
Unos meses después cuando el candidato de Morena rompía todos los pronósticos y rebasaba sus propios números en las encuestas, se realizó el cierre de campaña. Pero las dimensiones de la efervescencia social convirtieron un acto político en una fiesta popular. Así el evento fue llamado #AMLOFest. El 27 de junio de 2018, en el escenario del Estadio Azteca participaron artistas como Belinda, Margarita ‘La diosa de la cumbia’, Eugenia León y Susana Harp.
Esa noche AMLO pronunció un discurso épico, que sólo la historia se encargará de dimensionar en su justa trascendencia. Una frase fue contundente: ‘llegamos hasta aquí por la terquedad’.
El luchador definió así la tenacidad, la obstinación que lo llevó a participar por tercera ocasión en una contienda presidencial. Quedó claro que esas son las características que Andrés Manuel considera y valora en alto.
Pero dentro de Morena, en otra esquina, hay quienes simplemente no se pueden despojar de hábitos priistas enquistados por años; aún mantienen la genética tricolor misma que llevan incubada hasta el tuétano.
Y es el caso en concreto de Ricardo Monreal Ávila, quien aspiró a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y armó tremendo berrinche cuando las encuestas no lo favorecieron. El zacatecano aceptó un escaño en el Senado, pero en secreto, en lo más profundo de su intimidad guarda ese resentimiento contra López Obrador.
Desde hace unos días Monreal inició una velada precampaña. Hoy aspira a llegar a la presidencia de la República en el 2024, por supuesto montado sobre el caballo de Morena.
Pero el suspirante sabe que dentro del gabinete no tiene peso, ni cabida. En la burbuja que dirige el partido tampoco constituye un factor de relevancia. Por esta razón comenzó a tejer su propia organización, su facción, un ‘partido’ propio dentro de Morena.
Con la adhesión y respaldo de algunos senadores Ricardo Monreal busca constituir un ‘cártel de gobernadores’ que sean su estructura rumbo a la contienda presidencial de 2024. Y ya comenzó a recorrer el país llevando de la mano a sus pequeños alfiles, a quienes pretende convertir en mandatarios estatales.
Ahí están Alejandro Armenta en Puebla, Ana Lilia Rivera en Tlaxcala, la morelense Lucía Meza Guzmán, el chiapaneco Eduardo Ramírez, así como Ovidio Peralta en Tabasco. Todos ellos forman parte del círculo íntimo que Ricardo aspira a constituir como un cártel de ‘gobernadores monrealistas’.
La lealtad del zacatecano a Morena es más que cuestionable. Durante el conflicto poselectoral poblano, el columnista Raymundo Riva Palacio publicó información que revelaba acuerdos bajo la mesa entre Monreal y el finado Rafael Moreno Valle.
Es decir desde los pasillos del Senado, un legislador morenista le estaba jugando las contras al presidente López Obrador. Hoy su intentona de desafío es más evidente.
En estos momentos Puebla se encuentra en la antesala de un proceso electoral extraordinario.
A Miguel Barbosa algunos lo consideran congruente, otros lo ven antipático. Pero se coincide en que representa la ‘terquedad’, la tenacidad y obstinación de las que habla AMLO.
Y fueron esas características las que lo llevaron a poner a sus adversarios electorales contra las cuerdas. Y no solo a ellos, sino incluso a los magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
En la otra banqueta está el expriista Alejandro Armenta Mier, hasta hace poco fiel operador y peón de Mario Marín Torres. Por años su devoción estuvo entregada al ‘góber precioso’.
Armenta representa a esos que brincaron al cuarto para la una, solo para obtener una candidatura.
Pero en este momento también simboliza la voracidad de un senador zacatecano que quiere construir un ‘cártel de gobernadores’ y lo hace de la forma en que siempre se ha conducido: colérico, visceral, arrebatado. Con la inocultable intención de pasar por encima de la jefatura de su propio partido, e incluso por encima de la voluntad de su líder, el presidente de la República.
Estamos ante dos formas antagónicas de ejercer el oficio político. Entre aquellos que se conducen con la ‘terquedad’ y la congruencia propias de AMLO. Y el otro frente, el que obedece a la voracidad del proyecto transexenal de Ricardo Monreal.
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